Rúbricas 7

58 Primavera - Verano 2014 consecuencias. Este es el caso de personajes emblemáticos de la literatura como Paolo y Francesca, Alonso Quijano y Emma Bovary, cuyas obras, La Divina comedia, El Quijote y Madame Bovary, no sólo descubren los efectos de la lectura en personajes de distintas épocas sino que han extendido su influencia a otros ámbitos. A partir de los textos de Dante, Cervantes y Flaubert se han producido diversos discursos en una gran variedad de formatos y fenómenos intertextuales, de tal forma que podemos encontrar citas, adaptaciones, apropiaciones o alusiones de ellos en la literatura, el cine, la televisión, la música, el teatro, el ballet, la pintura, la escultura, la ópera, la historieta, y hasta en sellos postales. La misma literatura tiene la capacidad de convocar e integrar comunidades con gustos e intereses afines, ya que ofrece motivos lo bastante sugestivos como para cautivar a un heterogéneo conjunto de personas que en otras circunstancias no sería posible integrar, hasta el punto de llevarlas a compartir aspectos de su vida ajenos al ámbito de lo estrictamente literario, como vemos sucede en la ficción y en la realidad. Como bien apunta la antropóloga francesa Michéle Petit, la lectura como “apertura hacia el otro, puede ser el soporte para los intercambios” (69). La obra y vida de un escritor, ficticio o real, puede contribuir a establecer relaciones, en principio meramente profesionales, basadas en el discurso racional, que, sin embargo devienen sólidos vínculos, a través de lo emocional y sentimental. Este tipo de verdades y fuerzas oculta o hiperboliza la literatura. Para algunos no dejan de ser puras mentiras o una realidad distorsionada, aunque esta idea llevada a otros ámbitos descubre que cuando la palabra, oral o escrita, es asumida como dogma, entonces alrededor de ella se construye un mundo infranqueable que excluye la crítica o la réplica y la interpretación es regulada y sancionada por un grupo de autoridades. Bowman y Woolf, al analizar la relación entre la escritura y el poder, identifican dos ámbitos “íntimamente relacionados” (17) con un conjunto de variables y grados, pero que en lo esencial descubren que “una élite o un grupo reducido de personas determina tanto el carácter de clases especiales de textos como qué personas o conjuntos de personas pueden usarlo para legitimar su conducta” (18). Si bien su objeto de estudio es la escritura, estas aportaciones, como veremos, bien pueden aplicarse al campo literario. De acuerdo con Bowman y Woolf, “el poder ejercido sobre los textos abarca varias restricciones impuestas a lo escrito, al acceso y a la posesión de textos, a los usos legítimos en que puede darse la palabra escrita y acaso lo más importante sean las restricciones impuestas a la lectura” (el subrayado es nuestro, 18). En este ámbito son evidentes las restricciones impuestas en el orden de lo ideológico, religioso, educativo o estético, a través de la prohibición, adulteración e imposición de libros, temas, interpretaciones, gustos y modas. El poder ejercido mediante el uso de los textos responde a los intereses de legitimación de acciones de esa élite o grupo y el uso “autorizado” que hacen de cierta literatura a través de campañas de alfabetización, la aprobación de la interpretación y reinterpretación de textos para explicar el presente o el pasado, la dominación a través de comunidades textuales y el diseño de un canon (24-28). En el periodo novohispano la edición de libros estaba sometida a un estricto control por parte de la Corona española. Una institución como el Santo Oficio de la Inquisición tenía como principal objetivo defender el orden social y político impuesto y, en consecuencia, “perseguir toda proposición heterodoxa dicha o escrita” (Ramos: 25). Para hacerlo efectivo seleccionó una taxonomía para calificar los libros, según el caso, como heréticos, blasfemos, falsos, supersticiosos e inmorales (Ramos: 39). El tribunal no sólo otorgaba las licencias de publicación, también suprimía partes del texto, creaba leyes, publicaba edictos, controlaba el papel, cobraba impuestos y multas, vigilaba la circulación de libros e inspeccionaba regularmente bibliotecas particulares. En la última dictadura argentina (1976-1983), la junta militar a través del Proceso de Reorganización Nacional, se propuso mantener “los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad de ser argentino”, cuidar “la seguridad nacional, erradicando la subversión y las causas que favorecen su existencia” y conformar “un sistema educativo acorde con las necesidades del país, que sirva efectivamente a los objetivos de la nación” (Comisión Provincial de la Memoria: 7). Dicho régimen asesinó a escritores como Haroldo Conti (1925-1976) y Rodolfo Walsh (1927-1977), provocó el exilio de un importante número de personas, recurrió a la quema y la confiscación de libros “para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos” (Comisión: 7) y, lo anterior, consecuentemente, estimuló la autocensura por el miedo, la amenaza, la persecución y la muerte. la lectura como “apertura hacia el otro, puede ser el soporte para los intercambios”

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