Rúbricas 9

36 primavera verano 2015 o no sucumbieron del todo, como se constata, por ejemplo, en los siete jardines interiores del vasto complejo franciscano donde hay magnolias, palmas de cera (Ceroxylon sp.), coco cumbis (Parajubaea cocoides),3 guabas, guantos, junto con los exóticos arupos, araucarias, y con decenas de plantas ornamentales, alimentarias y medicinales nativas e introducidas. La arborización de los patios de los conventos coincidió, a inicios del siglo xx, con la arborización de parques, creados cuando comenzaba la expansión hacia el norte. De ser un sitio sin árboles, el Parque el Ejido (antes Parque de Mayo) hoy es un espacio sumamente arborizado de la ciudad; alberga 127 árboles patrimoniales, casi la mitad del total de la ciudad; si bien la mayoría son especies exóticas (sobre todo platanes y cipreses), también hay cedros y algún nogal. Y no solamente El Ejido fue reforestado: uno de los nuevos barrios colindantes, La Mariscal, creado por y para las familias pudientes, tuvo como objetivo ser una ciudad-jardín. Más allá de construir una exclusividad (pues el barrio de viviendas populares colindante, la Ciudadela América, carecía de estos jardines), se destaca que se consideraba adecuado vivir en un sitio con vegetación, jardines, avenidas arboladas o ajardinadas. La ciudad se desbordaba desde el centro hacia el norte y sur, y el Municipio contrató al urbanista uruguayo Guillermo Jones Odriozola para que realizara el Plan Regulador de 1942, en donde propuso una ciudad con barrios unidos por un sistema viario y verde dentro de un esqueleto geográfico. La Alameda y El Ejido serían “una realidad mucho más bella el día que los dos parques estén unidos por zonas arboladas y canteros de flores”. Piedra angular de su proyecto eran parques, jardines y avenida-parques que conformaran un “sistema total que nos permitiera recorrer toda la ciudad por medio de “verdes” que se irían enlazando unos con otros y proporcionando, por lo tanto, la facilidad y belleza del paseo entre plantas y flores” (Odriozola, 1949). La ciudad, que había destruido la vegetación de su interior y contornos, soñaba con barrios-jardín, avenidas de árboles y parques, pero eso apenas se logró. La expansión desordenada fue más fuerte que la planificación; si en 1940 3 El coco cumbi, la palma más frecuente en el centro, cuyos cocos solían ser comidos por la gente, actualmente solo se encuentra en estado domesticado (De la Torre, 2013). la mancha urbana apenas rozaba las faldas de la montaña, a partir de entonces los relictos de bosque y matorral, las tierras rurales, laderas y quebradas al norte, sur, este y las laderas del oeste, fueron dando paso a urbanizaciones formales e informales. Las sucesivas planificaciones fueron pasadas por alto, con el penoso resultado de un predominio actual de ciudadelas de bloque de cemento, sin verde en las veredas, menos en las calles. De poco sirvió que en 1971 se limitara el crecimiento a la cota de provisión del sistema de agua potable (a 2.950 m de altitud), o que en 1980 se mencionara como zona ecológica protegida las faldas del Pichincha. El paisaje del contorno urbano, arrasado sucesivamente en tiempos coloniales y republicanos, transformado en pastos y eucaliptos con algunos remanentes de matorral y bosque andino, fue transformándose en una insustentable expansión urbana. Esa fue la dinámica dominante (y aún lo es), aunque desde la década de 1990 se dieron respuestas ante el desastre ambiental, merced a un gobierno local altamente sensible al tema y una ciudadanía que actuaba en esos gobiernos desde una perspectiva ambientalista. Si bien la ciudad contaba con algunos parques, el giro ocurrió en 1992 con la declaración del Parque Metropolitano Guangüiltagua sobre 550 hectáreas. En años siguientes, hasta nuestros días, se han creado más parques de diferentes escalas y tipologías.4 El hecho de que 125 hectáreas de lo que fue el aeropuerto de Quito hayan sido destinadas a un Parque Bicentenario da cuenta de la apertura hacia el verde urbano. Un espacio que ilustra el cambio de paradigma no solamente hacia el verde sino hacia la biodiversidad nativa, es el Itchimbía, loma emblemática de la ciudad, colindante con el centro. El asentamiento irregular que habían realizado 300 familias fue reubicado desde 1998. En 2002 comenzó a funcionar el parque; como toda la cobertura vegetal había sido arrasada, su reforestación ha ocurrido íntegramente con especies andino/tropicales, muchas con usos medicinales o alimentarios. Se han sembrado más de 75 mil plantas, de las cuales ninguna es ciprés, pino o eucalipto: sólo árboles, arbustos y hierbas de los páramos y bosques andinos. Esa estructura de la vegetación no solamente es estética sino que provee hábitat para la fauna. 4 Itchimbía (58 hectáreas), Rumipamba (43 hectáreas), Metrosur (750 hectáreas), Armenia (48 hectáreas), Las Cuadras (24 hectáreas), Chilibulo-Huayrapungo (313 hectáreas), Cuscungo (12 hectáreas), Parques Lineales (en riberas del río Machángara, sobre todo), entre otros. Fotografía: Eric Chan Parque Itchimbía

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