Rúbricas 18

Rúbricas XVIII Las bibliotecas en las Universidades Jesuitas... 56 57 Rúbricas XVIII La biblioteca de Universidades Jesuítas. Desafíos ante el cambio de época La Compañía de Jesús nació de la mano de los libros. La conversión de Ignacio inició después de su lectura del Flos sanctorum y de la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia. Cuando esto ocurrió, el libro –gracias a la diseminación de la imprenta– había ampliado su influencia como instrumento para la difusión del saber y de la fe. Pronto, con la publicación de las Constituciones y de los Ejercicios Espirituales, la Compañía también se valió de los libros para llevar a cabo su misión.1 Aun antes de ingresar al terreno de la educación –en el que los libros y las bibliotecas jugarían un papel fundamental para el modelo educativo– las Constituciones establecieron la necesidad de contar con bibliotecas para el uso de los miembros de la Orden: [Las Constituciones] consideraron como obligatoria la existencia de una “librería general” en todos los colegios, desde su primera aprobación en 1558. Su papel al servicio de la Orden era proveer a los novicios y colegiales del material necesario para presentar sus exámenes y disputaciones, y a los padres y coadjutores los materiales esenciales para su ministerio religioso, auxiliarlos en Historia, Cánones, Teología y todo lo necesario para sus sermones y prédicas; fortalecer sus plumas en la escritura de Historias naturales y morales; acercarles las obras de Filosofía y nutrirlos de Patrística, y cuantos tratados se imprimieran para poder ser conocidos y discutidos (Hernández Rivera: 331). Más adelante, cuando la Compañía formuló en la Ratio el método que regularía la enseñanza en las instituciones bajo su cuidado, se incluyeron en él diversas menciones relacionadas con la gestión de las bibliotecas que deberían proveer a profesores y estudiantes con los materiales necesarios para sus estudios. Entre esas menciones encontramos las relacionadas con el establecimiento de un presupuesto dedicado exclusivamente a hacer crecer las bibliotecas (§50 en la traducción al español); la instrucción al prefecto de la biblioteca para registrar lo que se presente o escriba en el colegio por parte de sus miembros: “diálogos, discursos, versos” (§83); también, para que en la distribución de libros dicho prefecto de la biblioteca no se apartase de lo dispuesto por el plan de estudios (§84); y, en cuanto al prefecto de estudios, una norma que bien puede leerse como una máxima de la práctica bibliotecaria en cualquier institución educativa: “Procure que los escolares ni carezcan de los libros útiles ni tengan abundancia de los inútiles” (§120). Quien lea Ratio, podrá darse cuenta de que la lectura jugaba un papel fundamental dentro de la educación jesuita. Al respecto, escribió María Victoria Játiva: Los jesuitas ofrecen en sus colegios una educación que pretende hacer posible a sus estudiantes desenvolverse en el mundo, para lo cual necesitan de la ciencia y sus progresos, pues su fin último, la conquista espiritual, se lograría con el precepto “a la fe por la razón”. Para la Compañía de Jesús se hace necesario dominar la cultura de la época, estudiar a los autores grecolatinos y sus obras clásicas, aunque expurgadas de los pasajes contrarios a la religión cristiana. Se pretende que los estudiantes aprendan, especialmente, gramática y letras, pero no se excluyen los conocimientos de poesía, retórica, lógica, filosofía, moral, metafísica, matemáticas, teología escolástica, Sagradas Escrituras e historia (230). La Ratio se extendió por todos los territorios donde la Compañía estuvo presente. De acuerdo con Sauvé, Codina y Escalera (1206-08), en la Nueva España los jesuitas fundaron 26 colegios y en Perú 16, hasta reunir 120 colegios en toda Hispanoamérica, y 17 en Brasil desde su llegada al Nuevo Mundo y antes de la supresión de 1767. A consecuencia de esta última, las bibliotecas de los colegios y las universidades fueron saqueadas o confiscadas. No son pocas las bibliotecas nacionales, universitarias o privadas en nuestra región que se alimentaron de aquellas ricas y vastas colecciones bibliográficas. Son esos volúmenes, en su conjunto, testimonio que da cuenta hoy de la variedad de intereses y disciplinas que profesores y estudiantes de nuestras escuelas cultivaban y seguían. 1 Véase “Ignacio, la Compañía y los lbros” en el número 63 de la revista IBERO.

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