Rúbricas 7

15 los demás, pero afirmo con fuerza que el modo de modernización de Occidente de ninguna manera puede ser identificado con la Modernidad, cuyo principio central es un universalismo que los europeos, a pesar de la brutalidad de su hegemonía, han elaborado y defendido en Atenas, en el Cristianismo, en la Ilustración y en los movimientos sociales de la sociedad industrial. Ya pasado el siglo xx, esta utopía, esta pretensión europea o norteamericana de identificarse con la Modernidad, resulta insoportable y es rechazada por los mismos occidentales cuando son respetuosos de los datos históricos más sólidos. Pero conviene rechazar con la misma fuerza el error opuesto que se presenta como un multiculturalismo radical, como un constructivismo cultural extremo. Los intelectuales anticolonialistas no pueden limitar el universalismo occidental a la defensa ideológica del imperialismo. En realidad los mismos dirigentes antiimperialistas y anticoloniales se han apoyado constantemente en el universalismo de la ciencia y de los derechos humanos para rechazar la dominación política y cultural de los colonizadores. La Modernidad y las modernizaciones, que no pueden ser confundidas, no pueden tampoco ser separadas una de las otras. La situación más destructiva es la de un totalitarismo antioccidental que imponga sus especificidades, sus identidades, intereses y su cultura, contra la Modernidad en su conjunto. Nuestro mundo conoce muchos ejemplos de este tipo de totalitarismo cultural o nacional, es decir, de la pretensión de un Big brother de imponer como valor universal su ideología, su sistema de organización, de decisión y sus propias tecnologías, a pesar de las demostraciones opuestas de científicos y de historiadores. ¿Quién puede defender seriamente hoy la biología de Lyssenko? III. La doble ruina de la modernización occidental La definición más completa que podemos dar del siglo xx es que es la centuria que ha rechazado y destruido el modelo occidental de modernización, especialmente europeo, y a veces el mismo concepto de modernidad, dejando en manos de grupos antimodernos y posmodernos, un mundo humano herido o abandonado a la violencia por pensadores y políticos autolimitados a la destrucción de la dominación occidental. Vivimos rodeados de críticas radicales, en particular nacionalistas y religiosas, del universalismo occidental. Al contrario, considero indispensable que encontremos un camino para reconstruir a la vez y de manera interdependiente, el universalismo de la razón y de los derechos y la pluralidad de las culturas y de las historias, es decir, de los procesos de modernización, lo que es más difícil, para destruir todas las formas de totalitarismo o de comunitarismo que son los peligros más extremos que debemos eliminar para evitar el triunfo total y mortal de la violencia. La caída del capitalismo industrial europeo y, en parte también, norteamericano, a pesar de tener orígenes lejanos, ha sido más rápida luego de la derrota de Churchill frente al proyecto común de Stalin y de Roosevelt de dividir el mundo entre las dos grandes potencias: Europa fue dividida en dos grandes zonas de influencia opuestas y casi todos los países de la zona soviética fueron destruidos, empobrecidos y humillados. En el mundo occidental, la clase dirigente fue atacada por el movimiento obrero a partir de la segunda mitad del siglo xix, y las mujeres, empezando en Inglaterra, destruyeron la hegemonía masculina, pero el modelo comunista, que dominó el sindicalismo y los intelectuales en muchos países, no solamente en Europa, ha subordinado las protestas obreras a los intereses del imperio soviético y, por consecuencia, ha destruido el movimiento obrero. El escenario político europeo, que durante tanto tiempo se había mantenido muy activo, poco a poco ha perdido sus actores, primero los comunistas y los conservadores imperialistas, después los socialdemócratas y los liberales que no pueden mantener su autonomía frente a un capitalismo financiero globalizado dominado por los Hedge Funds de Londres y Nueva York. En el teatro político europeo el público está presente, pero los grandes actores tradicionales no han sido reemplazados, el escenario está vacío u ocupado por los llamados “enanos de Bruselas”, con la única excepción evidente de Jacques Delors. El tercer elemento fundamental de la caída del sistema hegemónico, los movimientos de liberación nacional, de descolonización, revolucionarios, nacionalistas o jihadistas, después de haber destruido los imperios coloniales, a veces de manera controlada y no muy violenta, como en el caso de varios grandes territorios británicos, han creado en otros casos, cuando la descolonización se realizó a través de violencia (como en Francia, donde el colonialismo había sido apoyado tanto por la izquierda como por la derecha), dictaduras nacionalistas. Al final del siglo xx la hegemonía occidental que había dominado gran parte del mundo quedó totalmente destruida, y la creación exitosa, después de la Segunda Guerra, de modelos políticos de tipo social demócrata o de una economía social de mercado, no ha tenido la capacidad de resistir el triunfo mundial del capitalismo financiero especulativo a partir de los años setenta. Este breve resumen histórico es suficiente para definir los dos problemas mayores del periodo que se abre con la caída de esta hegemonía occidental. El primer problema es tan evidente que ha conquistado fácilmente el pensamiento sociológico. La utopía europea que identificaba a la Modernidad con el modelo europeo de modernización, fue ampliamente rechazada. La imagen de la “vocación” del hombre blanco es tan radicalmente rechazada por todos, tanto en Europa como en el resto del mundo, que es imposible encontrar un modelo cultural nuevo que mantenga las orientaciones principales del modelo antiguo. Los norteamericanos, sencillamente no pueden sustituir a la antigua dominación inglesa.

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