Rúbricas 7

69 eurocentristas, promovidos por el Estado, pero también en algunos casos por la academia. Lo que Michael Foucault llamaría “lógicas de la prohibición”: negar que exista, impedir que sea nombrado, decir que no debe hacerse o no debe existir, o darle un nombre distinto a lo que es. Y de alguna manera es como han funcionado las estadísticas y las categorías para contabilizar a las poblaciones indígenas, con criterios dispares, pero que se centran en ciertos elementos como la lengua, la auto adscripción o auto referencia. Se evidencia entonces la complejidad en la construcción de la categorías incluyentes sobre todo cuando uno apela a identidades no primordiales, sino complejas, híbridas, rizomáticas. Creo que el texto tiene dos problemáticas que me parece que son centrales en las discusiones actuales sobre las condiciones indígenas en América Latina. Ambas tienen que ver con los flujos migratorios internacionales. Voy a centrarme en el último apartado del libro justamente porque apunta hacia los ejes en los que yo he centrado mi trabajo personal como investigadora y en este sentido creo que desde ahí puedo hacer una lectura un poco más completa de las ideas de Le Bot. Creo que sus planteamientos alimentan y enriquecen muchas de las discusiones que desde los estudios sobre migración y otras disciplinas como la antropología, educación y sociología han tenido lugar en las últimas décadas. En la última parte de su libro, titulada “Identidades, sujetos y globalización”, Ivon Le Bot dedica un espacio al papel de los jóvenes y organizaciones transnacionales en las transformaciones de los movimientos indígenas. Y este ejercicio me parece central porque justamente las maneras en que se incorpore a jóvenes y organizaciones transnacionales pueden ser clave en la conformación de un movimiento indígena respetuoso, diverso e incluyente que tenga mayor incidencia política, que rompa con estos modos colonialistas que todavía hoy existen, que rompa también con miradas adultocentristas, machistas y primordialistas. Uno de los últimos capítulos revisa cuidadosamente la visibilización del sujeto joven y las transformaciones que esto significa para los movimientos indígenas. “Indígenas Migrantes Transnacionales”, escrito con Alejandra Aquino, da cuenta de la experiencia de las comunidades zapatistas y de la migración internacional entre jóvenes del movimiento. Los autores refieren cómo las migraciones internacionales irrumpen en la vida colectiva de las comunidades zapatistas, debilitando su militancia y su acción social y transformando también los valores o el sentido comunitario que se transforma en prácticas individuales y menos ligadas a la comunidad, resultado de las migraciones y los imaginarios y prácticas que de ella derivan. Particularmente, un elemento problemático empieza a ser la circulación de bienes materiales a los que las comunidades zapatistas han decidido dejar fuera por formar parte de una lógica vinculada a un proyecto neoliberal, en donde la vida se ajusta a las exigencias de los grandes mercados internacionales y al consumo obsesivo que se desprende de este modelo. El gran problema que representa la migración y la articulación a estos procesos pareciera ser que es el hecho de que la acción colectiva pierde su centralidad, ya no se considera como el medio más adecuado para satisfacer las aspiraciones de los jóvenes dejando de ser productora de identidad y de sentido. De acuerdo con el trabajo realizado por Aquino y Le Bot, las comunidades zapatistas han dedicado asambleas a reflexionar en torno al papel de la migración y a explorar formas de aceptar esta nueva dinámica de manera que no debilite sus lazos comunitarios. Aquellos jóvenes que deciden migrar someten a consulta su decisión y se buscan formas de mantener lazos comunitarios con quienes se van. Es una forma de resistencia pero también de apertura hacia estos movimientos. Ciertamente, los jóvenes que migran de otros grupos indígenas desde otras regiones, por ejemplo en el caso poblano, se insertan en dinámicas consumistas que forman parte de la sociedad de llegada. Pero también es cierto que estos jóvenes indígenas migrantes tienen una relación ambigua con el mercado y con los estados que los incluyen como consumidores, pero no se preguntan por sus ingresos ni por sus formas de sobrevivencia, ni por las condiciones de explotación que viven en sus empleos, ni tampoco por el racismo que sufren en las escuelas o en los lugares donde viven. Este contexto diverso de experiencias y de formas de experimentar la migración, nos lleva a pensar que para comprender el papel de los jóvenes en las movilizaciones sociales es fundamental primero apelar a la heterogeneidad de las formas de ser joven, por un lado, y al impacto que tienen entre los jóvenes los cambios en los procesos de socialización: si éstos antes se desarrollaban fundamentalmente en la familia y la vida comunitaria local, hoy los jóvenes socializan en las escuelas, en la migración, en trabajos precarios en zonas urbanas, en los medios masivos de comunicación, en las redes sociales, en las pandillas o en las bandas. De esta forma, si antes el ciclo de socialización de un individuo estaba integrado a un sistema social, normativo y prescriptivo, como señala Maya Lorena Pérez (2008) —con determinadas formas de percepción y de acción social, y con reglas claramente definidas para establecer actitudes y comportamientos, basados en tradiciones mayoritariamente compartidas—, hoy los contenidos de los procesos de socialización son múltiples, se producen y llegan desde diversos ámbitos, y no siempre son compatibles entre sí. Ya los ámbitos comunitarios y familiares no necesariamente son los lugares centrales donde se construye el sentido de vida de los jóvenes. Muchos de sus procesos de significación se vinculan a prácticas e imaginarios que están más allá de la comunidad. Desde el caso particular de las comunidades zapatistas, se reflexiona en torno a la tensión

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