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la conversación giró a por qué ella había dejado la escuela de posgrado. Para mi total

asombro, ella dijo que era porque la hacía sentirse estúpida. Tras un par de años de sentirse

estúpida cada día, se sentía lista para hacer algo más.

Yo pensaba que ella era una de las personas más brillantes que había conocido y su

subsecuente carrera apoyaba esa visión. Lo que ella dijo me molestó. No dejaba de pensar

en ello; en algún momento al día siguiente, llegó a mí. La ciencia me hace sentir estúpido

también. Es sólo que me había acostumbrado a ello. Tan acostumbrado, que de hecho,

activamente buscaba nuevas oportunidades para sentirme estúpido. No sabría qué hacer

sin ese sentimiento. Incluso pienso que debe ser de esta manera. Déjeme explicar.

Para la mayoría de nosotros, una de las razones por las cuales nos gusta la ciencia en la

preparatoria y la universidad es porque somos buenos en ella. Esa no puede ser la única

razón -la fascinación con la comprensión del mundo físico y una necesidad emocional para

descubrir nuevas cosas tiene que estar allí también-. Pero la ciencia de la preparatoria y la

universidad significa tomar cursos, y salir bien en esos cursos significa tener las respuestas

correctas en los exámenes. Si conoces esas respuestas, te va bien y te sientes listo.

Un doctorado, en el cual tienes que hacer un proyecto de investigación es una cosa

totalmente diferente. Para mí, fue una tarea desalentadora. ¿Cómo podría formular las

preguntas que me llevarían a descubrimientos significativos; diseñar e interpretar un

experimento para que las conclusiones fueran absolutamente convincentes, prever

dificultades y ver maneras de solucionarlas o, al fallar en eso, resolver lo ocurrido? Mi

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