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f o r m a n d o

e l

m o s a i c o

[ 10 ]

*

lúcido vagón de amor

condúceme hasta el Medio Oriente

donde mueren mis cristianos como moscas

arrollados por vagones de amor lúcido o islamofobia

que hacen brotar mis cristianos como moscas

por todo el Medio y Lejano y Subterráneo

orbis mundi.

**

de entre la vasta población francesa

hay quienes se preguntan si el Islam no es un

obstáculo a la integración

a la conflagración gloriosa

des français comme les autres

pero ellos no constituyen para nada

la inmensa mayoría

des français comme les autres

que lo afirma así sin más.

***

mi padre era un argelino errante

que descendió de la región montañosa de Cabilia

los montes Atlas a orillas del gran mar Mediterráneo

y no consiguió un sitio ni en construcción / transporte

ni servicio de limpieza / ni nadie que lo acogiera

con su pequeñito Smail Zidane

más que detrás de un estadio destrozado de Marsella

[eso que el cincuenta y seis por ciento de la población francesa

nunca haría pero que amorosamente llama usurpación]

y residió allí en su

bidonville

con las tetas al aire

siéndonos poquitos en número;

[descendió de áfrica a francia

porque como bien lo decía el padre Ibrahim:

de la tierra santa, aunque se suba,

siempre se desciende]

y aunque no tuvimos lujos ni esperanzas a futuro

mi padre siempre sudó mucho

y saló con su sudor

el duro pollo que comimos.

Por Pablo Piceno Hernández

Alumno de la Licenciatura en Literatura y

Filosofía de la

IBERO

Puebla

ILUSTRACIÓN: ARTURO cIELO RODRÍGUEZ

*****

lúcido vagón de amor

condúceme a fantasmas atrapados

donde el llano como el llanto del desierto

registró el cuerpo yerto ensangrentado de mi pueblo

exhalando su inocencia contra el polvo

del incontenible sórdido dolor

de quien lo explotó milenios

hasta olvidarse del tiempo.

******

nada en esta vida

me causa más pena

que no tener un solo

amigo musulmán.

****

Cuando un millón de franceses frente a L’Arc du Triunfe coreó el glorioso nombre de Zidane aquel 12 de julio

memorable, después de repintadas las paredes de las plazas con ofensas racistas y orina de sangre azul, aceptó,

sin explicitarlo, como pecado menor el que el profeta Zidane, el marsellés, no entonara el himno nacional antes de

golear al anciano Taffarel y silenciar la espasmódica sambinha brasileira. Proveniente de un país esclavo, como

Derrida, como Camus, como el sobrino Benzema, significaba traición a la inexistente patria

-mi padre, y el padre

de mi padre, y el padre de su padre, y el padre de todos ellos era un argelino errante- evocar la sang impur, la

horde d’esclaves, de traîtes, del perfide opprobe de tous les partis

para salir a dar su merecido a un pueblo que en

efecto había sufrido las cadenas de la Bestia como todo Suramérica