f o r m a n d o
e l
m o s a i c o
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lúcido vagón de amor
condúceme hasta el Medio Oriente
donde mueren mis cristianos como moscas
arrollados por vagones de amor lúcido o islamofobia
que hacen brotar mis cristianos como moscas
por todo el Medio y Lejano y Subterráneo
orbis mundi.
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de entre la vasta población francesa
hay quienes se preguntan si el Islam no es un
obstáculo a la integración
a la conflagración gloriosa
des français comme les autres
pero ellos no constituyen para nada
la inmensa mayoría
des français comme les autres
que lo afirma así sin más.
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mi padre era un argelino errante
que descendió de la región montañosa de Cabilia
los montes Atlas a orillas del gran mar Mediterráneo
y no consiguió un sitio ni en construcción / transporte
ni servicio de limpieza / ni nadie que lo acogiera
con su pequeñito Smail Zidane
más que detrás de un estadio destrozado de Marsella
[eso que el cincuenta y seis por ciento de la población francesa
nunca haría pero que amorosamente llama usurpación]
y residió allí en su
bidonville
con las tetas al aire
siéndonos poquitos en número;
[descendió de áfrica a francia
porque como bien lo decía el padre Ibrahim:
de la tierra santa, aunque se suba,
siempre se desciende]
y aunque no tuvimos lujos ni esperanzas a futuro
mi padre siempre sudó mucho
y saló con su sudor
el duro pollo que comimos.
Por Pablo Piceno Hernández
Alumno de la Licenciatura en Literatura y
Filosofía de la
IBERO
Puebla
ILUSTRACIÓN: ARTURO cIELO RODRÍGUEZ
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lúcido vagón de amor
condúceme a fantasmas atrapados
donde el llano como el llanto del desierto
registró el cuerpo yerto ensangrentado de mi pueblo
exhalando su inocencia contra el polvo
del incontenible sórdido dolor
de quien lo explotó milenios
hasta olvidarse del tiempo.
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nada en esta vida
me causa más pena
que no tener un solo
amigo musulmán.
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Cuando un millón de franceses frente a L’Arc du Triunfe coreó el glorioso nombre de Zidane aquel 12 de julio
memorable, después de repintadas las paredes de las plazas con ofensas racistas y orina de sangre azul, aceptó,
sin explicitarlo, como pecado menor el que el profeta Zidane, el marsellés, no entonara el himno nacional antes de
golear al anciano Taffarel y silenciar la espasmódica sambinha brasileira. Proveniente de un país esclavo, como
Derrida, como Camus, como el sobrino Benzema, significaba traición a la inexistente patria
-mi padre, y el padre
de mi padre, y el padre de su padre, y el padre de todos ellos era un argelino errante- evocar la sang impur, la
horde d’esclaves, de traîtes, del perfide opprobe de tous les partis
para salir a dar su merecido a un pueblo que en
efecto había sufrido las cadenas de la Bestia como todo Suramérica