

f o r m a n d o
e l
m o s a i c o
[ 9 ]
Por Alba Marina Montes Garrido
Alumna de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la
IBERO
Puebla
ILUSTRACIÓN: EDITH HERNÁNDEZ DURANA
L
os humanos se han adaptado a vivir en casi cualquier tipo
de medio, desde las grandes montañas a las densas junglas
o las llanuras abiertas; adaptaciones que han sido posibles
gracias a la evolución cultural y tecnológica que han desarro-
llado, además de su enorme capacidad de pensamiento racional y
abstracto. Sin embargo, más grande ha sido la codicia y arrogancia
del hombre que ha destruido y contaminado gran parte del planeta,
basado en una idea errónea de que somos superiores al resto del
mundo animal; olvidando por completo las enseñanzas de nuestros
antepasados que creían firmemente que cada criatura viviente mere-
ce nuestro respeto. En cambio, cuando la naturaleza o los animales
que lo habitaban se interponían, no hemos tenido piedad alguna a la
hora de matar, expulsar, esclavizar y domesticar. Como consecuen-
cia del crecimiento desmedido de la población humana, también ha
aumentado la caza, la destrucción del medio ambiente, la contami-
nación, y el número de especies animales ha ido decreciendo hasta
llegar a la extinción.
Pero la naturaleza es muy sabia y tarde o temprano nos va a
pasar la factura de las atrocidades que hemos cometido en contra
de su flora y fauna, situación que se ha visto reflejado en la crisis
ecológica que enfrentamos hoy en día, donde sólo unos cuantos
están dispuestos a cambiar y reparar el daño; pero el resto de la
humanidad está empeñada a seguir explotando la tierra de manera
irresponsable. Quizás las campañas verdes no deberían estar enfo-
cadas a las grandes compañías, cegadas por la ambición del dinero,
sino más bien hacia los niños en cuyas culturas que no tienen nin-
guna consideración por la vida animal o vegetal, o peor aún, ni por
la humana. Debemos enseñar a esos niños la belleza y misterio que
existen en la naturaleza; ya que son las nuevas generaciones las que
tengan que ocuparse de reparar el daño que todos hemos causado,
o de los contrario, justa o injustamente, pagar las consecuencias.
Cabe resaltar que no todas las comunidades humanas que han
habitado la Tierra han sido depredadoras del medio ambiente. Iróni-
camente sólo las “más avanzadas” lo han hecho. Ejemplo claro de
ello, es la carta de respuesta del Jefe Seattle en 1854, a la propuesta
del presidente de los Estados Unidos de comprar gran parte de sus
tierras, ofreciéndoles la concesión de otra “reserva”. Dicha carta ha
sido publicada íntegramente, y es considerada como uno de los más
bellos y profundos pronunciamientos hechos sobre la defensa del
medio ambiente. He aquí un pequeño fragmento:
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor
de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños
de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrían us-
tedes comprarlos? […] Somos parte de la tierra y, asimismo, ella es
parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas;
el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos.
Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del
caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
El agua cristalina que corre por ríos representa la sangre de
nuestros antepasados, […] y cada reflejo fantasmagórico en las cla-
ras aguas cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras
gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. […]
El aire tiene un valor inestimable ya que todos los seres comparten
un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el
mismo aire. El aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El
viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida también
recibe sus últimos respiros.
¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran ex-
terminados, el hombre también moriría de una gran soledad es-
piritual; porque lo que sucede a los animales también le sucederá
al hombre. Todo va enlazado. Deben enseñarles a sus hijos que el
suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a
sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros
semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que
nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra
madre. […] El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo.
Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
La evolución no debería entenderse con destrucción del medio am-
biente para construir ciudades de cemento con recursos minerales
extraídos del suelo. La evolución debería coexistir pacíficamente con
la naturaleza y las demás especies que viven y comparten un hogar
en común: la Tierra. Debemos acabar con la supervivencia impuesta
por la codicia modernidad-capital, antes de que lleve a otra especie
al borde de la extinción: la humana. Finalmente concluyo con otra
cita para reflexionar de este sabio jefe de los Pieles Rojas: “¿Dón-
de está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció.
Termina la vida y empieza la supervivencia”.