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f o r m a n d o

e l

m o s a i c o

[ 12 ]

*

Empezaron a aventar piedras y corrimos.

Hubo insultos y nos empezaron a tirar. Son

unos perros, ya mataron a uno de noso-

tros. Por detrás llegaron otras tres patru-

llas. Ahora sí ya valieron madre, gritaban.

Ahora sí ya valieron madre pinches cha-

macos cabrones, gritaban. Corrimos des-

pavoridos hacia un cerro. Y empezamos a

subir las gradas como pudimos. Frente a

la casa de la mujer que lloraba mujer dime

por qué lloras a quién buscas y pedimos

auxilio presos del terror. Pero también.

Abrió la puerta y no preguntó más por qué

vinieron a Iguala muchachos no sé dónde

lo han puesto a mi Julio, a mi Señor. Se

lo llevaron a mi Señor pero a nosotros no

nos murieron. Entonces nos ofreció agua

y hasta las cuatro de la mañana bebimos

del pozo hasta resecarlo todo.

**

Una patrulla blanca entre las patrullas que

rondaban toda la noche llueves sobre mí,

Sulamith, tu elíxir de cenizas, pasó delante

de nosotros, veinte metros, regresó. Me

quise tirar de la patrulla, quería vomitarme

PARUSÍA DE

LOS MUERTOS

(FRAGMENTOS)

POR PABLO PICENO HERNÁNDEZ

Alumno de la Licenciatura en Literatura

y Filosofía de la

IBERO

Puebla

encima de mí contra el cielo de cemento

pero luego vinieron otros dos compañeros

que estaban muertos pero ahí los vimos,

venían por nosotros con panes y café.

Luego se escaparon al monte. Yo pensaba

cómo haré si nos quieren matar. Me pre-

guntaban que si de dónde era no que muy

cabroncito. Luego se escaparon al mon-

te. Y ya nunca los vi ni me vieron. Ahora

pienso que no me preguntaron ellos, que

no oí nada más. De eso me di cuenta a

las nueve, ya bien entrada la tarde. O igual

apenas me doy cuenta porque dónde lo

han puesto me gritan, a mis hijos, al niño

Brayan, entre arroyos y tablas, ya me los

quiero llevar. Oigo que dicen, pero no oigo

nada más.

***

Como a veinte treinta metros lo encontré

al compañero Edgar. Andrés Vargas. Al

cual ya bien herido sangrando a chorros

y sintiendo los disparos que impactaban

los autos. Corriendo para evitar que nos

dieran con la sangre del compañero Edgar

ya sin sangrar.

****

El día 26 los compañeros y yo ya habían

salido a Iguala. Entramos lo más antes

posible y en Iguala creímos que nosotros

íbamos a firmar el Plan, creímos que tan-

tos años un día llegar a calmar las cosas.

Pedimos déjennos que nos los llevemos

herido o muerto, dígannos dónde lo han

puesto heridomuerto, lo que haya pasa-

do, aunque estuviera muerto pero no haya

muerto aún, el compañero Aldo que sigue

vivo todavía en coma y con muerte cere-

bral con la muerte en la cabeza él era y

estaba muerto. Y a balazos a la altura de

las ventanillas y de los autobuses destro-

zados con su parabrisas las llantas pon-

chadas sangraba a chorros sangre coa-

gulada cayó como de muertos río abajo

con el océano de espaldas, una gota que

era la tierra entera de Guerrero. México

con sus muertos estaba ahí. Arriba de los

autobuses y nosotros abajo para prote-

gernos. Aldo y Brayan y Julio César y los

Avispones que desangraban a la orilla de

la carretera estaban ahí. En medio del pri-

mero y el segundo, refugiándonos. Como

si en una de esas la desmemoria borrara