

f o r m a n d o
e l
m o s a i c o
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U
na vez los zapatistas deno-
minaron la historia de opre-
sión de los pueblos indígenas
desde la conquista como “la
larga noche de los quinientos
años”; esta idea de la oscu-
ridad como una negrura impenetrable que
nos impide vernos, reconocernos, saber
que estamos ahí, que nos mantiene ato-
mizados, sin capacidad de articular nada
porque como grupo no somos nada, bien
puede explicar por qué Ayotzinapa es tan
importante, por qué de entre toda la bar-
barie que se ha vuelto el pan de cada día,
ese nombre, Ayotzinapa, toca en lo más
profundo del alma, por qué, como diría Cé-
sar Vallejo, duele como un golpe del odio
de Dios.
Y es que hace un año afirmé que no
había razón para no pensar en Ayotzina-
pa como otro Tlatelolco. Lo sostengo. La
noche del 2 de octubre de 1968 no vio el
amanecer; el sol se ocultó detrás de los
escudos, de los toletes, de las tanquetas,
del guante blanco del Batallón Olimpia, de
las armas de fuego de los Halcones, detrás
de la banda presidencial de Gustavo Díaz
Ordaz, de los paramilitares que llenarían
Acteal de sangre, de los antimotines envia-
dos a San Salvador Atenco, a Oaxaca, de
los gases lacrimógenos que llovieron en la
toma de protesta de Enrique Peña Nieto.
La noche nunca cesó; la fuerza del Estado,
apoyada en muletas verde olivo, ha impe-
dido el nosotros posible.
Si el 2 de octubre fue su inicio, Ayotzi-
napa es su fin o su momento más lóbrego.
Fue, lo sucedido en Iguala, la suma y ce-
nit del aparato exterminador del Estado, la
muestra de la respuesta por excelencia que
el gobierno de la revolución institucionali-
zada daría a cualquier intento de romper el
cerco, de dejar de ser yo para ser nosotros.
Al amparo de la noche, la de aquel día
y aquella en la que nos encontramos desde
1968, 43 estudiantes fueron sometidos a
balazos, por la policía, con la complacencia
del Ejército; fueron trasladados a un basu-
rero, según una versión oficial que cada
vez más tiene el carácter de mentira, y allí
fueron asesinados e incinerados. Todo ello
por ejercer el libre derecho a protestar. La
verdad histórica se cae a pedazos y queda
como una burla hacía los padres, hacía la
sociedad, hacia el mundo. Vuelve la incerti-
dumbre de los días de octubre pasado, de
nuevo no sabemos qué fue de ellos, dónde
están; de nuevo estamos en la oscuridad.
Sin embargo ese hecho nos movió a
buscar, a ciegas, un nosotros desespera-
do, ya no para cambiar el mundo, sino para
poder llorar juntos, para no apretar los pu-
ños de rabia en soledad. Y eso nos mostró
que podíamos ser un nosotros de rabia y
dolor con los padres de los 43, con los es-
tudiantes de la Normal Rural de Ayotzina-
pa; con aquellos que, asidos a nosotros de
las manos en la oscuridad no sólo querían
llorar, sino que querían que nuestra rabia y
dolor se convirtieran en lucha.
En su tiempo, #YoSoy132 nos dijo “si
nosotros no ardemos, ¿quién iluminará
esta oscuridad? Ayotzinapa no sólo vio
arder el supuesto fuego del basurero de
Cocula; iluminaron la noche aquél incendio
en la puerta del Palacio Nacional y también
iluminó la noche Enrique Peña Nieto, que-
mado en efigie en el Zócalo de la Capital.
Sin embargo el panorama, como cuan-
do es de noche, es de completa incerti-
dumbre. Ayotzinapa hizo llorar a una Na-
ción, pero ¿Podremos construir desde allí
el esperado amanecer, o sus luces serán,
como dijo Menéndez Pelayo, relámpagos
que acrecentarán más y más la lobreguez
de la noche?
@ElioH4X0R
NUESTRA NOCHE, AYOTZINAPA
POR LIC. ELIEL SÁNCHEZ ACEVEDO
Alumno de la Maestría en Comunicación y Cambio Social de la
IBERO
Puebla
ILUSTRACIÓN: NATALIA SERDÁN BANDA