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f o r m a n d o

e l

m o s a i c o

[ 8 ]

U

na vez los zapatistas deno-

minaron la historia de opre-

sión de los pueblos indígenas

desde la conquista como “la

larga noche de los quinientos

años”; esta idea de la oscu-

ridad como una negrura impenetrable que

nos impide vernos, reconocernos, saber

que estamos ahí, que nos mantiene ato-

mizados, sin capacidad de articular nada

porque como grupo no somos nada, bien

puede explicar por qué Ayotzinapa es tan

importante, por qué de entre toda la bar-

barie que se ha vuelto el pan de cada día,

ese nombre, Ayotzinapa, toca en lo más

profundo del alma, por qué, como diría Cé-

sar Vallejo, duele como un golpe del odio

de Dios.

Y es que hace un año afirmé que no

había razón para no pensar en Ayotzina-

pa como otro Tlatelolco. Lo sostengo. La

noche del 2 de octubre de 1968 no vio el

amanecer; el sol se ocultó detrás de los

escudos, de los toletes, de las tanquetas,

del guante blanco del Batallón Olimpia, de

las armas de fuego de los Halcones, detrás

de la banda presidencial de Gustavo Díaz

Ordaz, de los paramilitares que llenarían

Acteal de sangre, de los antimotines envia-

dos a San Salvador Atenco, a Oaxaca, de

los gases lacrimógenos que llovieron en la

toma de protesta de Enrique Peña Nieto.

La noche nunca cesó; la fuerza del Estado,

apoyada en muletas verde olivo, ha impe-

dido el nosotros posible.

Si el 2 de octubre fue su inicio, Ayotzi-

napa es su fin o su momento más lóbrego.

Fue, lo sucedido en Iguala, la suma y ce-

nit del aparato exterminador del Estado, la

muestra de la respuesta por excelencia que

el gobierno de la revolución institucionali-

zada daría a cualquier intento de romper el

cerco, de dejar de ser yo para ser nosotros.

Al amparo de la noche, la de aquel día

y aquella en la que nos encontramos desde

1968, 43 estudiantes fueron sometidos a

balazos, por la policía, con la complacencia

del Ejército; fueron trasladados a un basu-

rero, según una versión oficial que cada

vez más tiene el carácter de mentira, y allí

fueron asesinados e incinerados. Todo ello

por ejercer el libre derecho a protestar. La

verdad histórica se cae a pedazos y queda

como una burla hacía los padres, hacía la

sociedad, hacia el mundo. Vuelve la incerti-

dumbre de los días de octubre pasado, de

nuevo no sabemos qué fue de ellos, dónde

están; de nuevo estamos en la oscuridad.

Sin embargo ese hecho nos movió a

buscar, a ciegas, un nosotros desespera-

do, ya no para cambiar el mundo, sino para

poder llorar juntos, para no apretar los pu-

ños de rabia en soledad. Y eso nos mostró

que podíamos ser un nosotros de rabia y

dolor con los padres de los 43, con los es-

tudiantes de la Normal Rural de Ayotzina-

pa; con aquellos que, asidos a nosotros de

las manos en la oscuridad no sólo querían

llorar, sino que querían que nuestra rabia y

dolor se convirtieran en lucha.

En su tiempo, #YoSoy132 nos dijo “si

nosotros no ardemos, ¿quién iluminará

esta oscuridad? Ayotzinapa no sólo vio

arder el supuesto fuego del basurero de

Cocula; iluminaron la noche aquél incendio

en la puerta del Palacio Nacional y también

iluminó la noche Enrique Peña Nieto, que-

mado en efigie en el Zócalo de la Capital.

Sin embargo el panorama, como cuan-

do es de noche, es de completa incerti-

dumbre. Ayotzinapa hizo llorar a una Na-

ción, pero ¿Podremos construir desde allí

el esperado amanecer, o sus luces serán,

como dijo Menéndez Pelayo, relámpagos

que acrecentarán más y más la lobreguez

de la noche?

@ElioH4X0R

NUESTRA NOCHE, AYOTZINAPA

POR LIC. ELIEL SÁNCHEZ ACEVEDO

Alumno de la Maestría en Comunicación y Cambio Social de la

IBERO

Puebla

ILUSTRACIÓN: NATALIA SERDÁN BANDA